Alejandra Batista
La perversión es una de las tres grandes estructuras clínicas que aisló Lacan de Freud, junto a las psicosis y a las neurosis. Es un concepto clínico que Freud describió como una desviación con respecto al acto sexual, haciendo referencia a la práctica sexual y a su condición erótica. Freud al elaborar su teoría de la sexualidad, encuentra en la perversión la persistencia o reaparición de un componente parcial de la sexualidad en la manera perversa de consecución de la gratificación sexual.
En el presente artículo pretendo constatar cómo el sujeto perverso incita a la expresión del deseo más que nadie, pues en ningún otro tanto como él reclama el poder de elegir su síntoma.
A su vez, también ilustrar el reto que ha sido personalmente, que me llevó a reflexiones profundas y a cuestionar mi deseo de analizar, por lo tanto mi postura como analista. Diría Serge André: “Una cosa es querer convertirse en psicoanalista, muy distinto a querer seguir siéndolo.”
Expreso, por medio de este caso clínico, cómo fue que logré sostener mi deseo, mi posición y cómo ha sido la experiencia del psicoanálisis de mi paciente y mío.
Recordemos que Lacan habla de forclusión, represión, desmentida (que dan origen a las estructuras) está hablando en el campo del terreno del lenguaje, no sólo ahí puede existir. Las estructuras clínicas no tienen nada que ver con síntomas, conductas, referencias; tiene que ver con el campo/existencia/pulsión del orden del lenguaje.
Primera sesión:
Pablo asiste a su primera cita después de tres semanas de haberme contactado, se había comunicado conmigo solicitando terapia de pareja para él y la madre de su hijo: “No nos estamos entendiendo” refirió en la llamada que realizó para agendar cita. Mencionó tener un horario complicado por su trabajo por el cual únicamente podía asistir los días domingos en la mañana. Acepté la cita.
Llega a su sesión sin pareja. Confundida, esperando a una pareja, lo invito a pasar.
Pablo: “Helena no va a venir, no quiso aceptar la terapia; nos separamos hace dos semanas. Pero yo necesito terapia, me cuesta mucho trabajo aceptar que nos hemos separado.”
“Entonces, ¿solo tú vas a analizarte?” rectifiqué.
Pablo: “Así es, solo vamos a ser tú y yo.” Respondió.
Pablo: “Nunca he tomado terapia. Siempre dije que yo podía con todo. Pero ahora, no puedo. Vengo a que hagas que supere mi ruptura.”
“¿Cómo haré que superes tu ruptura?” Pregunté.
Pablo: “Dándome terapia. A eso vengo.” Respondió.
Pablo, de veinticuatro años de edad, originario de la capital del país, tuvo un noviazgo de dos años con su ex pareja. Hace un año deciden tener un hijo.
Pablo: “Ella me dijo que quería un hijo, ella era quien quería un hijo. Yo no lo quería, pero yo a ella siempre le di todo. No entiendo por qué me dejó. Yo tenía todo lo que ella necesitaba y se lo di.”
En este primer discurso, tres preguntas saltaron en mí: ¿Quién era ella? ¿Qué significaba “todo”? ¿Cómo sabía lo que ‘ella’ necesitaba?
“¿Qué era lo que ella necesitaba?” Pregunté.
Pablo: “Todo; tiempo, dinero, cariño, atención, amor, un hijo.”
“¿Un hijo era lo que necesitaba?”
Pablo: “Sí, y yo se lo di, así como todo lo demás.” Respondió con certeza.
En la primera entrevista me dio impresión de que podría tratarse de una neurosis-obsesiva. Un hombre que le daba vueltas una y otra vez a la relación con su pareja, a disposición de sus demandas, un neurótico sufriente quien no había podido controlar el que su pareja se quedara a su lado como en su fantasía lo había plasmado.
Establecimos los acuerdos terapéuticos en la primera sesión. Pasaron un par de sesiones. Pablo hablaba una y otra vez sin hacer pausas sobre el sufrimiento por el que estaba pasando desde que la mamá de su hijo se fue. En aquella sesión me comentó que él se quedó con la custodia de su hijo.
“¿Cómo es que te quedaste con la custodia?” Pregunté.
Pablo: “¿Qué? ¿Un hombre no se puede quedar con la custodia del hijo? ¿Tan raro es? ¿Es solo un derecho que la madre puede tener?” Respondió.
“¿Lo es?” Pregunté.
Pablo ríe como respuesta.
“Me preguntaba por el proceso de acuerdo sobre la custodia de Emilio.” Continué.
Pablo: “¡Ah! Te refieres a que si la demandé, y me quedé con el bebé. No, fue un acuerdo. Más bien ella no quiere cuidarlo, y yo me lo quedé.” Respondió.
“¿Le demandaste quedarte con el bebé?”
Pablo: “Mi hijo es lo mejor que me ha pasado, pero también lo peor.” Continuó.
“¿Cómo es eso?”
Pablo: “Despertar todas las mañanas y verlo en su cuna parado sonriéndome es lo mejor que me puede pasar. Pero, después, cuando pregunta por su mamá es lo peor.”
“¿Por qué?”
Pablo: “Porque sé que sufre.”
“¿Quién sufre?”
Pablo: “Emilio. Y también Helena, está loca, sé que sufre mucho más por dentro.”
“¿Sufre más que quién?”
Pablo hace una pausa larga, sonríe.
Pablo: “Yo también estoy sufriendo, ¡eh! Por eso vengo a terapia.”
“¿Y qué vas a hacer con ese sufrimiento aquí en tu análisis?”
Todo y nada
En el discurso de Pablo se presenta constantemente la queja de haberle dado todo.
Pablo menciona que durante el embarazo de Helena y posteriormente el nacimiento de su hijo, él dejó su carrera universitaria, para que Helena pudiera continuar con sus estudios. Sobre cómo él entró a trabajar en la empresa de su padre y posteriormente abrió un negocio. “Para que a ella nada le faltara.”
Mencionaba gastos ostentosos en regalos, viajes, para su pareja y ahora su hijo. Recuerda con minuciosos detalles los gastos del parto, donde Helena fue atendida en uno de los mejores hospitales de la ciudad.
Pablo: “Y todo para nada.” Concluye.
“¿Para qué nada?” Pregunto.
Pablo: “No entendí.” Responde.
“Todo para nada. ¿Para qué le diste todo lo que has mencionado?”
Pablo: “¿O sea, qué quería obtener al darle todo?”
No respondo.
Pablo: “Su felicidad, lo único que quería era su felicidad.”
“¿Le diste todo eso para obtener a cambio su felicidad?”
Pablo: “Sí, pero ella nunca está contenta con nada. Nada le hace feliz. Todo le molesta.”
“Bueno, tal vez ahí estuvo el malentendido. Hubo algo que no le diste.”
Mi paciente pasmado me mira fijamente. Comenzaba a sentir en la transferencia angustia.
“No le diste nada.”
Pablo: “¿Cómo que no le di nada? Le di todo.” Responde molesto.
“Nada la hace feliz… Todo le molesta…” hago una pausa. “Si todo le molesta, y tú le das todo, ella te da su molestia, ¿no?”
Pablo no responde.
“Por lo tanto, si nada la hace feliz… Y tú le das nada.”
Pablo: “¿Me va a dar su felicidad?” Concluye mi frase.
No respondo. En la transferencia la angustia se hacía cada vez más presente, en ese momento se percibía como insoportable.
“¿Y qué significa ‘todo’ o ‘nada’?” Pregunto.
Pablo: “Ahora sí que no sé.” Responde.
“Ahora. ¿Y cuándo sí?” Pregunto.
“Yo sé que ella me necesita.”
La sesión termina.
Perverso como instrumento de goce.
El perverso es instrumento de goce del Otro, la inversión del fantasma. Si bien en apariencia es como si los otros no le importaran, él se ofrece al Otro para que goce de él. Eso es lo que Lacan llama hacerse instrumento del goce del Otro, se trata de un valor instrumental. El fantasma se invierte y eso define la posición perversa, si no hay inversión estamos frente a una neurosis. Desde su posición certera y firme se sitúa en el lugar de la causa. Él se convierte en objeto de goce del Otro, por eso él está en posición de objeto. La paradoja del perverso analizante es que en un cierto nivel tiene una respuesta segura, pero trabaja para el Otro todo el tiempo. El perverso lo hace todo por el Otro, trabaja para que el Otro goce. Pero no es cierto que el goce en juego sea el suyo.
Algo a cambio.
Días posteriores Pablo me envía un mensaje.
“Ale, no sé si esto esté permitido en la terapia, pero hoy te odio.”
La siguiente sesión Pablo entra con dos cafés, uno mediano y otro grande.
Pablo: “Te traje un café, Ale.” coloca el café mediano en mi mesa de centro.
“¿Un café?” Pregunto.
Pablo: “Sí, de Starbucks, como te gusta.”
“¿Como me gusta?”
Pablo: “Sí. Siempre traes un café de Starbucks, sé que te gusta, por eso, te traje uno.”
“La sesión pasada hablamos sobre darle todo o nada a Helena para obtener su felicidad a cambio. El miércoles me envías un mensaje dándome tu odio, y ahora me das un café. Me pregunto ¿qué querrás obtener a cambio?” Pregunté.
Pablo: “¿Estás enojada conmigo porque te envié ese mensaje?”
“¿Quieres que te dé mi enojo a cambio?” Pregunté.
Pablo: “No te odio, solo me sentí muy mal en la semana.”
Expresa durante la semana que lloró constantemente, y solo se sentía triste, pero no sabía exactamente por qué. Refiere que “eso” de “darle todo y nada” había estado dando vueltas en su cabeza, incluso provocando insomnio.
Pablo: “De verdad que yo le di todo, Ale. Incluso me prostituí.”
Inicia el relato sobre haber conocido a una mujer con un ostentoso ingreso económico. Plática sobre cómo se fue ganando su confianza, cómo la enamoró e inició una relación con ella a espaldas de su ex pareja. La razón, él le estaba dando una relación amorosa, a cambio, él recibía dinero.
Un día, entre los recibos de pago, Helena descubre una carta romántica de la otra mujer. Pablo mención a que en ocasiones piensa que dejó esa carta intencionalmente. La reacción de Helena fue llanto, arrojó objetos, y se lo ha recriminado desde entonces.
“Parece que te dio su angustia a cambio.” Señalé.
Para este momento de las sesiones yo ya sospechaba de una posible estructura perversa. Aún me encontraba en la incógnita de que se tratara de la estructura o de un fantasma de la perversión.
La práctica sadomasoquista en análisis.
En la próxima sesión Pablo llega con un semblante distinto. Erguido. Entra a mi consultorio, coloca su mochila en mi diván, su chamarra en el perchero, toma de sus bolsillos su cartera, llaves, lentes de sol, dos celulares abarcando toda la mesa de centro, esta vez solo trajo un café, su café que también coloca en la mesa. Tuve que acercar a mí mi termo de agua y café. Se sienta en el sillón y acerca el sillón hacia mí.
Me dio la impresión de que ese día quería ocupar todo el consultorio, también transgrediendo el espacio al acercar su asiento al mío.
Pablo: “He estado pensando por qué extraño tanto a Helena, y creo que lo extraño más es el sexo.”
“¿El sexo?” Pregunté.
Pablo sonríe. “Helena y yo practicábamos sado-masoquismo. Y ya que estamos en confianza, te voy a platicar.”
Los siguientes 40 minutos Pablo habló explícitamente sobre la práctica sadomasoquista que mantenía con su ex pareja. Hablaba sin apartar su mirada de mí, explicó sin dejar a un lado el más mínimo detalle sobre su práctica sexual.
Yo comencé a angustiarme. No intervine, sentí que no “podía” intervenir. Mi pretexto, él no hizo pausas en su relato.
“¿Qué es lo que extrañas exactamente de lo que me has platicado?” Pregunté.
No hubo respuesta. La sesión termina.
Pablo me ha practicado sadomasoquismo
Al día siguiente yo estaba en mi supervisión hablando del caso, un lapsus evidenció mi angustia: “Me estaba practicando. Digo… platicando sobre su práctica sadomasoquista.”
Analizando aquel lapsus, expliqué a mi supervisor que durante la sesión que en un relato tan explícito y sin apartarme la mirada, sentía que me estaba amenazando con practicarme sadomasoquismo.
Pero ahora me despertaba otra pregunta.
¿Quién era el sado y quién el masoquista en esta dinámica?
Pregunta que me respondí semanas después en mi análisis.
Las próximas tres sesiones de análisis con Pablo me parecían una repetición a la primera. Misma dinámica; abarcar todo el consultorio y relatar sus prácticas sexuales.
“Me pregunto la intención en estos relatos, ¿qué podemos analizar de tu práctica sexual?”
Pablo: “Te lo platico para que veas lo importante que es la práctica sexual en mi relación.”
“El sadomasoquismo es importante en tus relaciones. ¿Prácticas sado-masoquismo en tus relaciones?” Pregunté.
Pablo ríe. “No sé si estoy listo para responder esa pregunta, doctora.”
Sadomasoquismo en la estructura perversa.
En “Pulsiones y destinos de pulsión” Freud establece en primer lugar que la pulsión no es en absoluto una necesidad biológica
Segundo, que ella es parcial y que está en función de “placeres preliminares” que anteceden y acompañan al coito y que de ninguna manera estos preliminares (ver, tocar, morder, etcétera.) podrían considerarse patológicos, y tercero, que la pulsión se concibe como una fuerza constante cuyo fin es alcanzar la satisfacción a través de un objeto, el cual no está ligado de manera “natural” a la pulsión. Agrega además, que la pulsión se conforma por una meta activa y una pasiva, y que en la medida en que hablamos de pulsiones parciales, la meta de éstas no podrá ser nunca un mero fin reproductivo.
En este artículo de podemos encontrar la idea de que las pulsiones vienen en pares de acuerdo a las metas activas y pasivas y cuando Freud menciona el “par sadismo–masoquismo” lo enmarca en un proceso que se lleva a cabo en tres tiempos:
1) El sadismo consiste en una acción violenta, en una afirmación de poder dirigida a otra persona como objeto.
2) En un segundo momento, este objeto a quien estaba destinada la acción violenta es resignado y sustituido por la persona propia. Con la vuelta de la acción hacia la persona propia se ha consumado al mismo tiempo la mudanza de la meta pulsional activa en pasiva (martirizar – ser martirizado).
3) Se hace necesario la búsqueda de un nuevo objeto (ajeno a la persona propia) que tome sobre sí el papel de sujeto.
La forma en que Freud describe el par sado–masoquismo revela dos aspectos de suma importancia: por una parte, que el círculo se cierra en ese retorno sobre sí mismo de la violencia, en donde el sujeto deviene objeto; y por otro lado, devela que la característica de la pulsión exige una inserción, tanto del punto de partida (recibir los golpes) como del término final de la pulsión (la sensación de satisfacción) , en el cuerpo propio.
El sueño
Llegó caminando a mi consultorio. Me encuentro a Pablo afuera, fumando un cigarrillo.
“Te veo adentro.” Dije.
Diez minutos después Pablo ingresa al consultorio.
Pablo: “¿Qué pasó, Ale? ¿No te fumas un cigarro conmigo? Cuando supe que iba a venir con una psicoanalista, lo vi como un cliché, yo recostado en ese sillón y tú fumando un puro atrás.”
“¿Y ahora, cómo lo ves?” Pregunté.
Pablo: “Te puedo decir cómo lo vi anoche.” Dijo sonriendo. “Soñé contigo.”
“¿Qué soñaste?”
Acerca su sillón hacia mí, me mira fijamente. Inicia su relato.
En su sueño, me encuentro totalmente desnuda amarrada a mi diván, amarrada con látigos “Los mismos que usaba con Helena.” El resto del sueño es un relato sumamente explícito de 35 minutos sobre la práctica sexual de la que ya había hablado anteriormente.
Me descubrí recargada completamente al respaldo de mi sillón, incluso lo empuje atrás con mis pies. Mi paciente no me apartaba la mirada mientras hablaba. Y yo me hacía consciente de mi propia angustia.
“¿Qué piensas del sueño?” Pregunté.
Pablo: “Yo sé por qué me estás mirando así.”
“¿Cómo así?”
Pablo: “Así, como lo estás haciendo. Yo sé que me estás mirando así porque se te antoja. Todos fantasean con el sadomasoquismo, la diferencia es que unos si nos atrevemos y otros no.” Responde.
“Las últimas sesiones has hablado sobre tu práctica sexual con Helena, me parece que la práctica sexual tiene una intención, misma intención que destapas en tu sueño. ¿Seré yo realmente quien aparece en tu sueño? ¿O será la representación de alguien más?”
Pablo ríe. “No te preocupes, doctora. No podemos hacer todo lo que hice en mi sueño. ¿O sí?”
La sesión termina.
¿Y para qué sirve el psicoanálisis? Para analizar.
El resto de la semana comencé a cuestionarme sobre la práctica psicoanalítica, me pregunté sobre su eficiencia, “¿qué tal que estoy escuchando todo esto y no sirve?” me repetía. Comencé a buscar empleos como profesora. “Siempre quise ser docente.” Me decía.
Hablé de aquello en mi análisis.
En mi supervisión pude develar la intención de la práctica sadomasoquista con Pablo y mi relación con ella.
Pablo, desde su estructura, obedeciendo a la ley del goce, buscaba descolocarme de mi postura de analista. En la ley de la prohibición, el paciente y el analista no pueden tener relaciones sexuales. Pero el perverso no sigue aquella ley, sigue a la ley del goce “donde todo es posible”. Incluyendo tener relaciones sexuales con su analista.
Y yo registré aquello en mi transferencia. Y en mi inconsciente comencé a actuar cuestionando la práctica psicoanalítica, buscando “otros empleos”.
¿Y cuál es mi deseo como psicoanalista? Mi deseo es analizar.
Lacan en La dirección de la cura comenta que al neurótico le falta una razón para ser, para justificar su existencia. Es así como buscará lo que le falta, el complemento de ser en el Otro. La queja por su carencia de ser, lo lleva a preguntas y vacilaciones sobre su goce, ya que no orienta su deseo con su goce. Él vive en la incertidumbre sobre la gratificación sexual, porque el deseo se presenta siempre vacilante en relación al goce. En cambio, el perverso que llega a análisis no viene por ninguna falta, el ya ha encontrado el objeto de la libido que le procura un goce. Él tiene esta certidumbre sobre el goce, que sabe a dónde buscarlo. En principio no se implica en ninguna pregunta, ya que tiene la respuesta, sabe que la razón de su ser es el goce y poco espera del análisis. Más bien es el perverso quién hace sentir a su partenaire la falta, causando angustia en el Otro.
Cada quien en su lugar.
Pablo asiste puntualmente a su sesión; coloca su mochila en mi diván, su chamarra en el perchero, toma de sus bolsillos su cartera, llaves, lentes de sol, dos celulares abarcando toda la mesa de centro, esta vez solo trajo un café, su café que también coloca en la mesa. Tuve que acercar a mí mi termo de agua y café. Se sienta en el sillón y acerca el sillón hacia mí.
“Llama mi atención, que abarcas todo el consultorio. Como si quisieras exhibir algo.” Señalo.
Pablo no responde.
“En tus sueños y en tus relatos también exhibes algo.” Continúo.
Exhibicionismo.
Es bien conocido el desarrollo de Freud sobre la pulsión en su forma exhibicionista. También aquí trata de obtener la presencia, la aparición del Otro. El deseo apunta al Otro, ya que los efectos de una exhibición, provocando miedo o no al testigo provoca ese pudor y verguenza que divide al sujeto. Él es quien ofrece a ver, trata de hacer surgir en el Otro la mirada. Lo cual no es simétrico con lo que ocurre en el voyeur. El exhibicionista queda atrapado por el goce del Otro, y como en el resto de las perversiones el goce en juego es el del Otro, esa es la condición. Condición que divide al partenaire pasajero, lo fuerza a llevar su mirada ahí, el acto perverso no tiene efecto. El fantasma perverso tiene que armar un lugar donde el sujeto quede dividido, y sólo el acto es logrado si causa goce en el partenaire.
Pablo acerca su sillón más.
“Me parece que el sillón debe de ir en su lugar.” Me refería al análisis, a mí como analista, y a él como analizante.
Pablo regresa el sillón a su lugar.
Pablo: “¿Te acuerdas que en una sesión me dijiste que en mi sueño tú representabas a alguien más?”
Asiento con la cabeza.
Pablo: “Helena me enamoró con la idea de una familia. Una familia que yo nunca tuve.”
Por primera vez Pablo comienza a hablar de su dinámica familiar.
Su madre, una mujer médico que sustentaba económicamente a su familia. Demandante en su discurso. Celosa con su único hijo. Pablo menciona que siempre que presentaba a una novia suya con su madre, su comentario inicial era “es una puta, no te merece.”
Una madre que utilizaba un cinturón para castigar con “latigazos” a su hijo diciéndole “lo tienes todo, te lo he dado todo, ¿por qué no puedes valorarlo?”
Aquella acción de la madre me remite al texto de Freud. “Pegan a un niño”. Texto en el cual Freud analiza las fantasías “sadomasoquistas” que sus pacientes (todos neuróticos obsesivos) le revelaban en sus análisis. Lo que más sorprende a Freud es que cuando estos pacientes tratan de hablar sobre esas fantasías de paliza no sólo se presentan a menudo grandes dificultades, sino que además les produce una aversión y una culpabilidad. En Pablo no encontrábamos lo anterior. Pablo platicaba abiertamente sus prácticas.
El niño golpeado se hace instrumento de la comunicación entre el sujeto
que observa y el padre, y es en torno al amor, a su deseo de ser preferido o amado, y sobre todo a expensas de un segundo, el niño golpeado, que entra en juego esta comunicación. El niño golpeado es el resorte, el medio por el cual debe pasar un mensaje de amor. Se trata de negarle su condición de sujeto al rival, ya que en la medida en que no es amado no entra en una relación propiamente simbólica, no adquiere un lugar en el discurso del Otro. En breve: no existe. El rival es abolido, anulado en el plano simbólico, se le rehúsa toda consideración como sujeto existente.
Otro movimiento interesante radica en que la golpiza adviene como signo que puede significar tanto la anulación como el reconocimiento de él como sujeto existente. Al principio, este signo, (que el niño sea golpeado por el padre), significaba el sometimiento del hermano odiado. Pero cuando se trata del propio sujeto, este signo se convierte en su contrario, en el signo del amor que revela que el sujeto cuando es golpeado es amado y preferido por el padre. El mismo acto que cuando se trata del otro/del rival es considerado un maltrato y percibido por el sujeto observador como signo de que el otro no es amado, adquiere un valor esencial cuando es el sujeto quien se convierte en el soporte de la golpiza, ya que bajo ese signo se vuelve reconocido en el plano del amor.
El mensaje que primero quería decir: “El rival no existe, no es nada de nada, y por tanto tú sí existes y eres el preferido”, ahora, en esta segunda etapa, se modifica y parece decir: “Tú sí existes, incluso eres amado a través del signo del golpe”.
¿Por qué ese signo puede tomar dos vertientes aparentemente opuestas? ¿Se puede interpretar que en el acto mismo de ser pegado está incluida la preferencia como mensaje oculto proveniente de la primera fórmula de esta fantasía? ¿Se podría sostener que de la primera etapa, sólo ha quedado un rasgo: el golpe como señal de amor?
El padre en la fantasía ejerce una función, la del Amo, que nada tiene que ver con el personaje “real”, de carne y hueso, sino que funciona en tanto lugar tercero, lugar de donde surge la posibilidad de ser nombrado y reconocido. El problema es que lo único que queda para el sujeto, de este segundo momento, es el látigo que entretanto ha devenido un signo de su relación con el Otro.
Volviendo a la madre de Pablo: Una mujer que se relaciona con su padre por medio de reclamos, reproches, refiriéndose a él como un “mediocre”. Pero, a su vez, Pablo los escuchó tener relaciones sexuales en su infancia.
El padre, como un cómplice silencioso de su madre, intervenía solo en el castigo con el cinturón.
En este breve fragmento podemos asociar y explicar la estructura del analizante; una madre fálica que le ha dado “todo” a su hijo, quien ahora “lo tiene todo, quien castiga con “látigos”, quien no manifiesta desear a su pareja, pero mantiene relaciones sexuales con ésta. Un padre observador, lejano.
El análisis con Pablo continúa, efecto de esto, Pablo comienza a hablar sobre su familia, sobre su relación de pareja, con sus amigos, los relatos de la práctica sexual sadomasoquista no se hacen presentes. Pablo ha podido desplazar aquel significante de la práctica sexual al discurso en relación con su familia.
La perversión es una prueba al analista para que suprima toda transferencia, ya que esta estructura clínica pone en cuestión los juicios más íntimos del analista.
“Por muy rigurosas que sean las miradas de la experiencia analítica, su desarrollo no está menos marcado en su esencia por el deseo de su experimentador.”
- Serge André
Bibliografía:
- Freud S. Tres ensayos sobre una teoría sexual. En Vol VII (109). Buenos Aires, Argentina. Amorrotu Editores.
- Kernberg, O. La agresión en las perversiones y en los desórdenes de la personalidad, Cap. XV, Paidós
- André S. (1995). La impostura Perversa. París: Editions du Seuil.
- R. Harari. (2008) El sujeto descentrado (Capítulos 2 al 7). Lumen, Buenos Aires.
- J.A. Miller. (1985). Dos dimensiones clínicas. Síntoma y fantasma. Fundación del campo freudiano de Argentina.
- Dor Jöel(1991). “Estructuras clínicas y psicoanálisis”. Buenos Aires, Argentina. Amorrortu Editores.
- Dor Jöel (1991). “Estructura y Perversiones”.Buenos Aires, Argentina. Gedisa.
- Lacan J. (1981) “Seminarios 1 y 2”, México. Paidos.
- Philippe J (2000). “Psicosis, perversión, neurosis”. Buenos Aires Argentina. Amorrortu Editores.
- Freud S.(1915), Pulsiones y destinos de pulsión, En vol XIV (105).Buenos Aires Argentina. Amorrortu Editores.
- Lacan J. (2006) “Seminarios 10: La angustia”, México. Paidos.
- reud S. (1917). Pegan a un niño. En Tomo XVII(173). Buenos Aires, Argentina: Amorrotu Ediciones.